Ellos
nos miran. Nosotros, ¿nos miramos?
Los comienzos de año siempre fueron
emocionantes para mí. Época de trazarse objetivos nuevos, de iniciar proyectos,
de reencontrarse con colegas, etc. En el ámbito escolar, particularmente, es época de planificar, de imaginar recursos
creativos con los que sorprenderemos, motivaremos, provocaremos a un grupo de
estudiantes (nuestros estudiantes) para ayudarlos a crecer. Dicho así,
pareciera una época de fiesta, un disfrute. ¿Quién no disfruta planificando una
fiesta sorpresa, por ejemplo? ¿Por qué no disfrutar la planificación de los
encuentros educativos? Deleitarse de antemano imaginando cuán divertidos serán
, cuántas cosas interesantes surgirán en esos intercambios Contribuir con el
crecimiento de otros y al mismo tiempo crecer nosotros también. Un privilegio.
Y así me lo hacían sentir cuando era
niña. Veía entusiasmo en mis docentes, ganas de empezar el año, ganas de entrar
a la clase, de estar. Orgullo de ser los que comandaban el proceso. Y nosotros
los mirábamos con admiración porque sabían, porque eran nuestra guía, porque
aunque les criticáramos los métodos (un poco autoritarios algunas veces, poco
conciliadores en otras oportunidades) reconocíamos su lugar y jugábamos a ser
ellos. Jugábamos a ser maestros y nos ilusionaba serlo.
En la actualidad, casi ninguno de mis
alumnos quiere ser docente. Ninguno quiere parecerse a sus maestros. En primer
lugar, porque vivimos en una sociedad elitista. Y el éxito es tal solo si trae
dinero. No hay, según la concepción de
nuestras mentes modernas, ningún otro éxito posible, en ningún ámbito, si no está ligado al dinero. De modo
tal que, como proyecto laboral no entra dentro de las posibilidades de alguien
que quiere “triunfar” en la vida. Con semejante etiqueta, nosotros, los que
somos “fracasados” por elección (me refiero a los docentes, claro), vamos por
la vida señalados, incomprendidos, poco respetados, sobreexigidos. Y nos
refugiamos en la última bandera que nos justifica: la vocación. Yo elegí ser
docente porque me ilusionaba serlo. Perdón. Me ilusiona. Todavía me ilusiona.
Todavía creo que puedo hacer algo en las aulas aunque no siempre soy
escuchada como me gustaría, aunque no
siempre reciba las respuestas que me gustaría, aunque vaya por la vida sabiendo
que este año no compraré un vehículo nuevo de alta gama con mis ingresos, y que
el próximo año, seguramente, tampoco.
Pero soy alfarera de personas, artesana
de ilusiones, tejedora de sueños. Y disfruto ese papel, a pesar del cansancio,
de la cantidad de trabajos para corregir, de la falta de tiempo, a pesar de
todo... volvería a elegir ser docente. Y creo que eso se transmite. Y que
cuando una persona está alegre, motivada por su tarea, transmite alegría,
entusiasmo, impulsa y enseña. Enseña con el ejemplo. Porque más que lo que
podamos decir dentro del aula, frente a nuestros estudiantes, enseñamos con lo
que podemos hacer. Ellos nos miran. Y quiero que aprendan que cada día es una
bendición, una oportunidad, un desafío; que es maravilloso armar equipo, contar
con otros, trabajar con otros; que es necesario comunicarse, escucharse,
entenderse, generar lazos....
No padezco ser docente. Me alegra
serlo. Y trato de reflejar esa imagen. Porque sé que ellos me miran.